Hay ocasiones en que la
suma de los encuadres extravagantes, oblicuos y difíciles de Orson Welles (esa
“concepción retorcida del encuadre”, en palabras de Cabrera Infante), alcanza
un grado de saturación en el espectador, como si asistiéramos a un festín
literario de metáforas refulgentes y vocablos churriguerescos propios de un
Valle-Inclán o un Lezama Lima. Pero, si tomamos algunos de esos planos
aisladamente y en días con cierta predisposición al barroquismo, no hacen otra
cosa sino deslumbrarnos. Tomemos por ejemplo éste, un diamante perteneciente a “La
dama de Shanghai” (1947):
Es un plano en
pronunciadísimo picado sobre los acantilados de La Quebrada de Acapulco, en el cual
el repulsivo personaje de Glenn Anders (del que Welles nos ha arrojado
abundantes primerísimos planos de su rostro sudoroso y trastornado, en una obra
que cuenta con algunos de los más impactantes close-ups de su tiempo),
acaba de hacerle una propuesta de asesinato al marinero que encarna Welles,
cegado por el deseo de Rita Hayworth antes que por la jugosa suma de dinero que
le reportaría.
Un encuadre atrevido,
pero nada gratuito, ya que posee una enorme significación premonitoria de lo
que les puede deparar a ambos personajes el llevar a cabo el desquiciado plan
expresado en el diálogo. No otra cosa sino el abismo. Un abismo que dialoga con
otro plano anterior de puro vértigo, el cenital, a vista de mástil, de la
mantis religiosa y platino de la Hayworth cantando sobre la cubierta de un yate,
más peligrosa que cualquier accidente geográfico de la Madre Naturaleza.
Un plano fastuoso,
wellesiano en el mejor sentido de la palabra, cuyo eco viaja a algunos otros de
“Othello” o “Mr. Arkadin”. Y, ¿por qué no?, hasta el terrorífico y casi fugaz
en que Welles-Quinlan, casi mirando de reojo a la cámara e intuyendo quizás ahí
su propio abismo, estrangula a Akim Tamiroff. Milagros del picado.
Mientras veía "La dama de Shanghai" me invadía una sensación extraña. Tras leer tus líneas encuentro la explicación en ese grado de saturación en el espectador del que hablas, que Wells consigue, entre otras cosas, con sus encuadres. También ese repulsivo personaje que interpreta Glenn Anders contribuye si duda a invadir de sensaciones incómodas al espectador.
ResponderEliminarExcelentes líneas Javier.
Muy buena película, sí señor, y excelente crítica, El suyo es un blog muy bueno, una pena que desde 2013 no haya vuelto a escribir
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