La Miami de la película es apenas un pueblo en expansión, y en la época en que transcurre no existía Greenpeace (fundada en 1971), pero el protagonista de “Muerte en los pantanos” (“Wind Across the Everglades”, 1958) desarrolla sus actividades en una precursora, la Audubon Society, que desde principios del siglo XX ejerció su actividad protectora sobre todo en el campo de la ornitología, y es posible que de haberse filmado hoy en día esta historia, el naturalista Walt Murdock que encarna Christopher Plummer militara en Greenpeace.
Esta obra maestra la dirigió (casi completa) Nicholas Ray, quizás el único verdadero romántico maldito del cine americano, y una obra insólita, extraña, casi cine alternativo, en el contexto del Hollywood de 1958, un film sobriamente lírico en su canto a la naturaleza, y rabiosamente ecologista antes de que se hiciera oficialmente cine ecologista.
Esta obra maestra la dirigió (casi completa) Nicholas Ray, quizás el único verdadero romántico maldito del cine americano, y una obra insólita, extraña, casi cine alternativo, en el contexto del Hollywood de 1958, un film sobriamente lírico en su canto a la naturaleza, y rabiosamente ecologista antes de que se hiciera oficialmente cine ecologista.
Escribo que casi la dirigió completa Nicholas Ray porque el film fue resultado de un empeño personal del productor y guionista Budd Schulberg (en cierto modo co-autor del film), que confinó en el hotel a un Ray alcoholizado durante los últimos días de rodaje.
No le sobra ni le falta un minuto de metraje, la película avanza con la perfecta fluidez de esas canoas conducidas por los personajes a través de las marismas de Florida. Y es un milagro de síntesis y equilibrio narrativos de 90 minutos, más aún teniendo en cuenta unas circunstancias de rodaje muy problemáticas.
Lo más impresionante sea quizás el retrato de los dos antagonistas que dan cuerpo al film. Por un lado, el valiente joven naturalista que lucha sin tregua por la protección de las aves, pero que muestra pulsiones alcohólicas y un carácter un tanto autodestructivo. Y por otro, el viejo cazador furtivo de barba roja insensible a las bellezas de la naturaleza, inteligente, carismático, tan cruel como protector, y jovial (“no hay nada como los pequeños placeres de la vida”, repite). El primero lo interpreta un extraordinario Christopher Plummer de 28 años, y el segundo el descomunal Burl Ives en su año de gracia de 1958 (a continuación sería Big Daddy en “La gata sobre el tejado de zinc” y Rufus Hannassey en “Horizontes de grandeza”).
Ambos personajes se revelarán casi intercambiables en el plano moral a pesar de militar en causas enfrentadas, comparten un temperamento duro y tenaz en su lucha con la naturaleza hostil de los pantanos y terminarán por admirarse mutuamente al final de una de las más feroces borracheras del cine.
La película abunda en momentos memorables y originalísimos. Hay un duelo etílico a base de garrafas de aguardiente entre Christopher Plummer y Burl Ives, que se diría inspiró a Spielberg aquel de Richard Dreyfuss y Robert Shaw en “Tiburón”; hay un fragmento de final estremecedor del que es protagonista un manco indio semínola desterrado por su tribu; hay un picnic playero en el Día de la Independencia que concluye con una escena amorosa bajo un kiosco de música.
La película abunda en momentos memorables y originalísimos. Hay un duelo etílico a base de garrafas de aguardiente entre Christopher Plummer y Burl Ives, que se diría inspiró a Spielberg aquel de Richard Dreyfuss y Robert Shaw en “Tiburón”; hay un fragmento de final estremecedor del que es protagonista un manco indio semínola desterrado por su tribu; hay un picnic playero en el Día de la Independencia que concluye con una escena amorosa bajo un kiosco de música.
Y en el campo de las transgresiones, queda esa descripción de una buena sociedad que no duda en comprar ilegalmente las plumas de las aves protegidas para los sombreros de sus mujeres, y el papel del burdel como espacio social de referencia (fantástico trabajo de Richard Sylbert, el director artístico de, entre otras, “Chinatown”), es impagable la imagen de esa madame que juega al ajedrez con uno de los parroquianos del prostíbulo.
Y es, en otro orden, una estupenda clase de Ciencias Naturales donde aprendemos sobre la mordedura mortal de la serpiente Cottonmouth o los efectos de entrar en contacto con el tóxico árbol Manchineel.