Una
gratísima ráfaga de ese viento fresco tan omnipresente en la película me ha
parecido la nueva adaptación de la novela de Emily Bronte “Cumbres borrascosas”,
a cargo de la cineasta inglesa Andrea Arnold (“Wuthering Heights”, 2011), de
las mejores estrenadas en España en lo que va de 2012.
Refrescante
para empezar por lo que supone de oposición a un tipo de adaptación literaria
típicamente británica, costume films de una absoluta perfección en la
reconstrucción de época, con inmejorables trabajos de dirección artística o
vestuario o rigor histórico o de interpretación, pero sin alma, sin vida, sin
garra, en definitiva perfectas en su frío academicismo (pienso por ejemplo en aquellas
de que ha sido objeto Jane Austen).
Es
por eso que es doblemente admirable el logro de Andrea Arnold con una
adaptación valiente, anticonvencional, un punto salvaje y muy original en
enfoque narrativo y puesta en escena, y con la maravillosa radicalidad de
rodarla en los inhóspitos lugares en que transcurre la acción, esos páramos de
Yorkshire que cobran enorme vida hasta el punto de ser un personaje más de la
ficción.
La
historia está plenamente narrada desde el punto de vista de Heathcliff, el
intruso, el gitano adoptado por el cabeza de familia, aquí caracterizado como
negro. Ese punto de vista determina la puesta en escena, con la cámara
acompañando al personaje y a su mirada sobre todo lo que le rodea, un
procedimiento especialmente eficaz para el Heathcliff adolescente que lo
observa todo con extrañeza e inquietud, y con fascinación hacia la más joven de
la familia, Cathy.
El
hiperrealismo de la película nos sumerge en las vivencias de los personajes
casi en todo momento, haciéndonos casi sentir el barro que pisan, la espesa niebla, la lluvia
y especialmente el viento (chapeau para Nicolas Becker, encargado del
sonido en un film, subrayemos, sin banda sonora), ese viento que les cala los
huesos, con una maestría digna de Kurosawa en la utilización de los elementos
naturales.
Percibimos
como muy real la relación de mutua compañía entre Cathy y Heathcliff, con esa
inconsciencia instintiva de los muy jóvenes que se encuentran a gusto entre
ellos, almas gemelas en su vínculo común con el desolado paisaje, en definitiva
hechos el uno para el otro, como demuestra esa preciosa secuencia en que la
chica lame las heridas de los latigazos que ha recibido Heathcliff.
Y es
un grandísimo acierto de Andrea Arnold el haber optado mayoritariamente por
actores no profesionales, especialmente los que encarnan a Cathy y Heathcliff como
adolescentes, Solomon Glave y Shannon Beer, que son toda naturalidad y feliz
inconsciencia. A su lado, paradójicamente, la profesional Kaya Scodelario como
Cathy joven y el debutante James Howson como Heathcliff joven, palidecen
significativamente.
“Cumbres
borrascosas” es una gran película trágica, a pesar de una segunda parte que
desmerece al lado de la primera, enlazadas por cierto por una bellísima elipsis
con la niebla como protagonista y denominador común de la huida y el regreso de
Heathcliff. Porque es un film que acumula también bastantes defectos: ese desequilibrio
entre sus dos partes, carente la segunda de la fuerza telúrica de la primera,
con una escena tan importante como la del reencuentro entre Cathy y Heathcliff
tratada de forma anémica; la débil interpretación de Scodelario y Howson; o la desafortunada
concesión a nuestra época que supone insertar una canción pop para el final.
Muy
justamente ha sido reconocido y premiado (en los festivales de Venecia y
Valladolid) el fantástico trabajo del operador Robbie Ryan, de una extrema
fisicidad, saludablemente arriesgado como casi todo en este proyecto de Andrea
Arnold, a la que habrá que seguir la pista.
Como
también a ese nuevo cine inglés innovador estilística y temáticamente,
celebrado hace unos meses por la revista Positif , y que ha aterrizado
recientemente en España con películas como “Shame”, “El topo” o
la que he reseñado.