“Nubes de verano”, de 2004, es una de las películas
españolas más interesantes desde que empezó el siglo XXI, y posiblemente de las
que mejor envejezcan por su carácter ligeramente intemporal. La dirigió el
leonés Felipe Vega, con libreto original de él mismo y de su guionista habitual
el escritor Manuel Hidalgo. Vega se
prodiga poco, y sólo contabiliza en 35 años ocho largometrajes, dos cortos, un
documental (co-dirigido con el escritor Julio Llamazares, y su última obra hasta
la fecha), y un episodio televisivo. Antiguo crítico, actualmente está más
centrado en la enseñanza en escuelas de cine, y sería de desear que el cine
español disfrutara de más películas suyas.
A grandes rasgos, el argumento es
como sigue: Una pareja joven y atractiva, Daniel y Ana, casados y con un hijo, acuden
como cada año a veranear a una masía de la Costa Brava. Su relación es estable
y afectuosa, externamente feliz, aunque ya lejos de la pasión de los inicios. Ana
se encuentra con Marta, que tiene una tienda en el pueblo y a la que conoce de
veranos anteriores, quien casualmente está con su primo Robert, al cual le
gusta Ana en el acto. Robert se encapricha de Ana, y le propone a Marta, a la
que al mismo tiempo le gusta desde siempre Daniel, un pacto con ecos del de
Robert Walker y Farley Granger en “Extraños en un tren” de Hitchcock: Marta
ayudará a Robert a seducir a Ana, y él hará lo mismo para su prima con respecto
a Daniel. A partir de entonces, para lograr su
propósito, los primos, en especial Robert, provocarán una serie de situaciones
y encuentros con la pareja que culminarán en el clímax de la secuencia en que
Robert y Ana quedarán solos…
Natalia Millán interpreta a la chica
de la pareja, sensible e inteligente. El chico es Roberto Enríquez, equilibrado,
simpático, un punto inocente. Ambos personas tranquilas, buenos padres. El “príncipe
de las tinieblas”, el seductor amoral, un vizconde de Valmont del Ampurdán, es David
Selvas, que transmite toda la frivolidad de una clase ociosa y adinerada (simbolizada
por la impresionante casa que tiene frente al mar). Y su prima y cómplice es
Irene Montalà: guapa, sensual, ligera, vagamente enamoradiza, consciente de las
maquinaciones de su primo pero sin la suficiente voluntad para salirse de la
espiral.
“Nubes de verano” (título de precisa
metáfora) es una película de cámara (apenas cinco personajes, el quinto sería
el joven panadero medio novio de Marta), con límpida luminosidad mediterránea, de
diálogos rohmerianos - Eric Rohmer es una vieja pasión de los dos guionistas - en
castellano y catalán, pero que a pesar de su filiación francesa suenan reales,
autóctonos.
El trazo de la psicología de los
personajes es impecable, su desarrollo y sus reacciones perfectamente
verosímiles, resultando los positivos en el fondo más complejos, más
sustanciosos, especialmente la Ana de Natalia Millán.
Como muy logrados son su tono distendido y la sencillez de
la puesta en escena, sobria, sin búsquedas formales, con abundancia de planos
fijos o planos/contraplanos, plenamente al servicio de la interpretación de los
actores, de la expresión de los sentimientos (o de su falta) de sus cinco
personajes.
Hay apuntes de reconocible cinefilia,
como la puerta cerrada que sugiere tanto, puro Lubitsch, y un final marcado por
la ambigüedad, que es sobre todo la de los sentimientos de la pareja
protagonista, para los que, intuimos, nada volverá a ser igual entre ellos.
Pero también hay humor, un humor
dosificado y perfectamente realista, el humor que rodea a este tipo de
situaciones, al juego de las seducciones, calculadas o no, y que acompaña a la
posibilidad del drama como consecuencia. Y es que con frecuencia la película
nos deja deliberadamente al borde de la risa.