12 de septiembre de 2012

De repente, ¿el último verano?


“Nubes de verano”, de 2004, es una de las películas españolas más interesantes desde que empezó el siglo XXI, y posiblemente de las que mejor envejezcan por su carácter ligeramente intemporal. La dirigió el leonés Felipe Vega, con libreto original de él mismo y de su guionista habitual el escritor Manuel Hidalgo. Vega se prodiga poco, y sólo contabiliza en 35 años ocho largometrajes, dos cortos, un documental (co-dirigido con el escritor Julio Llamazares, y su última obra hasta la fecha), y un episodio televisivo. Antiguo crítico, actualmente está más centrado en la enseñanza en escuelas de cine, y sería de desear que el cine español disfrutara de más películas suyas.
 
  
A grandes rasgos, el argumento es como sigue: Una pareja joven y atractiva, Daniel y Ana, casados y con un hijo, acuden como cada año a veranear a una masía de la Costa Brava. Su relación es estable y afectuosa, externamente feliz, aunque ya lejos de la pasión de los inicios. Ana se encuentra con Marta, que tiene una tienda en el pueblo y a la que conoce de veranos anteriores, quien casualmente está con su primo Robert, al cual le gusta Ana en el acto. Robert se encapricha de Ana, y le propone a Marta, a la que al mismo tiempo le gusta desde siempre Daniel, un pacto con ecos del de Robert Walker y Farley Granger en “Extraños en un tren” de Hitchcock: Marta ayudará a Robert a seducir a Ana, y él hará lo mismo para su prima con respecto a Daniel. A partir de entonces, para lograr su propósito, los primos, en especial Robert, provocarán una serie de situaciones y encuentros con la pareja que culminarán en el clímax de la secuencia en que Robert y Ana quedarán solos…
 
Natalia Millán interpreta a la chica de la pareja, sensible e inteligente. El chico es Roberto Enríquez, equilibrado, simpático, un punto inocente. Ambos personas tranquilas, buenos padres. El “príncipe de las tinieblas”, el seductor amoral, un vizconde de Valmont del Ampurdán, es David Selvas, que transmite toda la frivolidad de una clase ociosa y adinerada (simbolizada por la impresionante casa que tiene frente al mar). Y su prima y cómplice es Irene Montalà: guapa, sensual, ligera, vagamente enamoradiza, consciente de las maquinaciones de su primo pero sin la suficiente voluntad para salirse de la espiral.
 
“Nubes de verano” (título de precisa metáfora) es una película de cámara (apenas cinco personajes, el quinto sería el joven panadero medio novio de Marta), con límpida luminosidad mediterránea, de diálogos rohmerianos - Eric Rohmer es una vieja pasión de los dos guionistas - en castellano y catalán, pero que a pesar de su filiación francesa suenan reales, autóctonos.
 
El trazo de la psicología de los personajes es impecable, su desarrollo y sus reacciones perfectamente verosímiles, resultando los positivos en el fondo más complejos, más sustanciosos, especialmente la Ana de Natalia Millán.
   
Como muy logrados son su tono distendido y la sencillez de la puesta en escena, sobria, sin búsquedas formales, con abundancia de planos fijos o planos/contraplanos, plenamente al servicio de la interpretación de los actores, de la expresión de los sentimientos (o de su falta) de sus cinco personajes.

Hay apuntes de reconocible cinefilia, como la puerta cerrada que sugiere tanto, puro Lubitsch, y un final marcado por la ambigüedad, que es sobre todo la de los sentimientos de la pareja protagonista, para los que, intuimos, nada volverá a ser igual entre ellos.

Pero también hay humor, un humor dosificado y perfectamente realista, el humor que rodea a este tipo de situaciones, al juego de las seducciones, calculadas o no, y que acompaña a la posibilidad del drama como consecuencia. Y es que con frecuencia la película nos deja deliberadamente al borde de la risa.