23 de noviembre de 2011

Tema del traidor y del héroe

El estupendo cuento de Borges del que tomo el título relataba la historia de un héroe de la lucha irlandesa por la independencia del que se descubría que en realidad era un traidor, pero al que sus correligionarios hacían morir como héroe para que la moral de la causa no se resintiera, escenificando su muerte con detalles tomados del “Julio César” de Shakespeare.
A la inversa del cuento de Borges, en la extraordinaria película del genial Roberto Rossellini que es “El general della Rovere” (“Il generale della Rovere”, 1959), el traidor inicial termina como héroe.

Es la historia de un estafador de medio pelo llamado Bardone (Vittorio De Sica), que en la Génova de finales de la Segunda Guerra Mundial subsiste ofreciéndose a la gente para interceder ante los alemanes por sus familiares encarcelados o deportados, incluso en casos en que sabe que no hay posible solución. A cambio, por supuesto, de importantes sumas de dinero que se reparte con un oficial alemán. Es alguien que juega con el dolor y los sentimientos de la gente. Le pierde el juego, en el que dilapida las cantidades que le entregan sus estafados, incluyendo el porcentaje de su socio alemán, fomentando una espiral en la que necesita más y más dinero y por lo tanto nuevas víctimas. Descubiertas sus actividades por el alto mando alemán, el coronel Mueller (Hannes Messemer) le ofrece quedar en libertad a cambio de hacerse pasar por un líder de la Resistencia, el general della Rovere, ya muerto por los alemanes. La idea es que bajo esa identidad ingrese en la prisión milanesa de San Vittore con el objeto de contactar con otro de los líderes importantes de la Resistencia, supuestamente encarcelado, y al que los alemanes necesitan identificar.
Estructurada la película en dos partes, la primera se extiende sobre las actividades delictivas del personaje con apuntes de su vida cotidiana, mientras que la segunda se desarrolla íntegramente en la prisión milanesa de San Vittore, escenario de la evolución moral del personaje.

Bardone es al principio un desaprensivo, un estafador, un irresponsable, pero conserva pese a todo algo de sensibilidad y es simpático, encantador, un seductor típicamente italiano, aunque hombre maduro es apuesto y dos guapas jóvenes (encarnadas por las exuberantes Giovanna Ralli y Sandra Milo) beben los vientos por él.
Y este personaje no podía ser interpretado sino por el gran Vittorio De Sica (9 películas como actor estrenadas en 1959): un papel perfecto para el actor-director, de hecho la personalidad del actor absorbe plenamente a su personaje en la primera parte, de forma que la picaresca del personaje Bardone se confunde con la del personaje De Sica. Su actuación es riquísima de matices, dando con sutileza
el tempo apropiado de la evolución de Bardone, que percibimos plenamente verosímil.  

En cuanto al tema esencial de la película, la toma de conciencia, quizás el momento en el que, después de haber recibido una brutal paliza, a Bardone le leen la carta de la mujer del individuo cuya personalidad está suplantando y le muestran una foto familiar, aparte de ser muy emocionante, quizás ese momento digo, marque el definitivo punto sin retorno en su evolución hacia la solidaridad. La película, y sobre todo esta escena, sugiere la idea de que tal vez sólo el sufrimiento en nuestras propias carnes nos puede llevar a la definitiva comprensión del ajeno. Y es probablemente también buena prueba de ello las frases que le dirige Bardone-Della Rovere al coronel Mueller antes de subir hacia el pelotón de fusilamiento: “¿Qué sabrá usted?, ¿Acaso ha pasado alguna vez una noche como esta?”.

Si bien Rossellini filmó en escenarios reales sus obras maestras neorrealistas de la inmediata posguerra, aquí los espléndidos decorados de Piero Zuffi nos sitúan apropiadamente en el caos y la incertidumbre de la última fase de la guerra. Y la puesta en escena es igualmente límpida, sobria, concisa, sin un solo efecto ni ningún plano gratuito, sin brillantez formal o virtuosismos que puedan distraernos de la historia y sus implicaciones morales.

León de Oro en el Festival de Venecia de 1959 (junto con “La gran guerra” de Mario Monicelli), creo necesario reivindicar esta gran película que el propio Rossellini trató con dureza (“He hecho sólo dos películas puramente alimenticias porque tenía necesidad de dinero para seguir adelante: “El general della Rovere” y “Anima nera”. Me lo reprocho severamente”), y es que en ocasiones no conviene hacer demasiado caso a los cineastas en la valoración de sus propias obras, recuerdo como Fritz Lang decía haberse dormido revisionando en televisión, al cabo de muchos años, su excelente “El ministerio del miedo”.

“El general della Rovere” es una de las mejores películas, junto con “Moonfleet” de Lang, sobre el nacimiento y desarrollo de una toma de conciencia moral en un personaje cuya vida había destacado hasta ese momento por ser ajena a cualquier comportamiento ético.

Como decía aquel personaje de “Antes de la revolución” de Bertolucci: “No se puede vivir sin Rossellini”.